Patagonia, desierto de agua

Aprovecho la ola de inspiración en este momento, durante esta navegación por la Patagonia Austral para compartir esa serie fotografica poetica, junto con algunos tramos del libro «Patagonia, Desierto de Agua» (autores: Pablo Chiuminatto y Rodrigo del Río, Edición: Santiago, 2015).

Todas las fotografias por Felipe O. Arruda (Viajandonaviaje.com).

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II.

[…] Hay en estas imágenes una vida humanda ausente. Solo queda el viajero, el lente vaciado sobre su propia perspectiva. La imagen misma como vestigio previo. Las fotografías recuerdan esos canales dona una vez lo que nos parece inhóspito fue el lugar de muchos. Tal vez esa es la tristeza que observan los viajeros en su paso. Tristeza que el color de algunos registros solo logra maquillar por momentos. No es más que la anticipación o el lamento por la feroz rozadura de antiguas presencias. Un desierto que tuvo sus nómades, donde hoy solo pareciera haber territorio. […]

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III.

[…] Meditar sobre una imagen la transforma. Una fotografía captura estáticamente los secretos movimientos geográficos. La mirada detenida encuentra diferencias en elementos confundidos en un rápido vistazo. El desierto de agua que ya imaginaba Homero para aquel mar heroico se vuelve aquí también aire, tierra, cielo.

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El cielo siempre ha sido un desierto, aunque no siempre sea reconocido como el más grande. Tal como la Patagonia, es solo visible en algunos aspectos. Michele Serres se preguntó: “¿Qué forma tiene el cielo?”. Así también podemos preguntarnos ¿qué forma tiene la Patagonia?

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IV.

[…] ¿Quién tiene la autoría de la Patagonia?

Se diría que la obra tiene las huellas de su artesana. El territorio patagónico vista formas lluviosas. La lluvia tiene su propio estilo. Esculpe calmadamente. La gota de agua desarma la materia lisa partícula a partícula.

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A veces, la lluvia eleva la marea, disuelve los glaciares, cuya gravedad ha mordido pedazos completos de tierra. Entonces, el mar entra e inunda antiguos valles congelados. En el espacio angosto entre las montañas ahogadas nacen los fiordos.

La lluvia es ambivalente. Transforma la roca en sal, pero también crea materia nueva. Entre los pliegues de las montañas emergen hojas, ramas y raíces.

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V.

Las imágenes de la Patagonia obligan a abandonar las cubiertas de los barcos para sumergirse en la superficie de los oceános. Los viajeros descubren en el Pacífico Sur sueños de transformación y movimiento. Un espacio para que la escritura adquiera densidad y cuerpo.

El mar patagónico sigue esos principios. El agua es materia solidaria. A los 0,01 C°, alcanza el punto triple en el que conviven los tres estados de la materia sobre un único elemento. Se endurece para asimilarse a los cerros. Se licúa para imitar la sangre, la seda y el fuego. Se evapora para copiar el algodón y el aliento.

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VII.

De alguna forma, la Patagonia es una miniatura nacional. Su morfología despedazada duplica las formas del país completo.

El territorio de Chile está escrito en los bordes de los límites marinos. Cualquier observador razonable dudaría que esas tierras disgregadas conforman un único país, o que ahí puede habitar un mismo pueblo.

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Explica Ignacio Balcells, poeta viajero:

“Las islas chilenas – Pascua, Juana Fernández, Aysén, Magallanes – absorben del agua que las aísla, una inestabilidad que las descoloca, que las deja fuera de nuestra imaginación territoria unitiva (¡Ah, si Chile supiera que es un archipiélago!)”.

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VIII.

Como escribió Bachelard: “es evidente que la mitología del mar es una mitología local. Sólo interesa a los habitantes de un litoral”. El mar envuelve, así, una metáfora de origen.

En 1832, el joven Charles Darwin llega a la Patagonia proveniente de las islas británicas. El naturalista observa la extensión de las planicies como una tierra abandonada por las gracias, un infierno frío, dantesco. Una vez de regreso en Londres, rememorando la Patagonia, no puede evitar de preguntarse: “¿Por qué, entonces, – y no es exclusivamente mi caso – estos áridos desechos han tomado tan firme posición de mi mente?”.

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Los relatos de viajeros tienen un intención referencial, es decir, pretenden conservar la experiencia misma de la geografía por medio del registro y recopilación en la escritura, dibujos, pinturas y, a partir de mediados del siglo XIX, la fotografía.

Sin embargo, su afán está sometido a los límites de cualquier relato. Imaginarios y fantasiosos, reviven experiencias previas, reproducen las formas de una narración del viaje. Las crónicas, diarios y relatos de la Patagonia invitan a preguntarse si es posible deducir una estética patagónica, es decir, indagar en la mirada que la geografía proyecta en quienes se internan en su masa infinita.

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IX.

Así es como el viento, el viento mudo, gris también, se vuelve el verso lapidario susurrado aceleradamente en las cuencas rocosas. Resisten los materiales de este inmenso cementerio marino expuesto sobre la tierra y su piélago polvoriento hundido en el océano. La fuerza del viento contra la obstinación de los objetos genera figuras infernales.

La experiencia está compuesta por tramas básicas, perfectamente distinguibles, entrecruzando la geografía con la presencia del paisaje como elemente estético cifrado en la mirada. Un paisaje yermo para el cultivo, pero fecundo para la memoria.

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X.

Conocemos la Patagonia aunque la desconozcamos. Experimentamos una mirada nunca nueva. Repetimos un espacio afectivo. Puede que la Patagonia tenga un tono demasiado romántico para atravesar los siglos más allá de la experiencia hiper-controlada que nos ofrece una visión satelital de la tierra. Sin embargo, es inevitable, o incluso necesario, entregarse a esta fantasía para no suponer que se trata solo de excesos de subjetividad.

La inclemencia es una cuestión de perspectiva. La primera mirada de esa Patagonia observa un caos. En realidad, lo que se contempla es el resabio de otros órdenes. Los hielos, piedras de agua, entran en el mar a ritmo creciente. La roca, tierra congelada, resiste el deshielo de una lava más antigua que el agua.

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XI.

Contemplamos en la Patagonia la inverosímil idea que otros seres imposibles habitaron este espacio. Vuelve otra vez una pregunta mítica. ¿Dónde quedaron los gigantes para quienes estos vientos no son sino brisas, el hielo es tibio, y las rocas arena? ¿Quiénes deshacían las nubes con dedos y veían el sol, en general escaso? Las olas marcan las huellas de algún dios antiguo sobre un desierto oceánico. Los griegos dirían que  por la Patagonia pasó Orión, el gigante cazador, cegado por una flecha. Hijo de Poseidón, fue ascendido a los cielos en forma de constelación, visible desde ambos hemisferios. Si seguimos su rastro mar adentro vemos su cuerpo iluminado persiguiendo otras criaturas celestiales.

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Hilos de agua corren entra las piedras. Las nubes corren entre las piedras más grandes que son los cerros. Los cerros corren entre el agua que es el mar. El mar corre entre la tierra que se ensancha, son las islas. Las islas corren entre el océano, que es el mundo. Los fiordos estrechos son el resumen de ese delgado espacio que queda para todo.

Materia escribiendo sobre materia.

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XIII.

Aquí, en el lugar más lejano, vienen a dormir los sueños rezagados por el globo. El desierto de agua recibe en sus islas estos resabios de épocas anteriores descritos una y otra vez. Imágenes del pasado separadas del flujo de la historia. Escribir sobre la Patagonia es imitar a los niños recogiendo fósiles recientes arrojados por el mar. Los escogen pensando en quién recibirá el regalo. Imaginando la celebración por venir, no necesariamente por un conocimiento exhaustivo del lugar.

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¿Qué significa retratar el mar? ¿Por qué nos detenemos a dibujar una montaña?

¿Qué despertamos cuando tomamos una fotografía?

Despertamos criaturas olvidadas en tiempos fundidos con nuestra experiencia. Seres construidos de afectos que habitan el desierto de nuestro cuerpo. Espacio que completamos con imágenes, como estas, del desierto de agua. Recordemos las palabras de Bachelard: “Amar una imagen es siempre ilustrar un amor; amar una imagen es encontrar en el saber una nueva metáfora para un amor antiguo”.

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Todas las fotografias por Felipe O. Arruda (Viajandonaviaje.com)

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